Tierra colombiana

Casi todos nosotros hemos sobrevivido alguna vez a una mudanza, llena de cajas repletas de cachivaches, todo aquello de lo que no queremos desprendernos y que nos hacen pensar que en su compañía nos sentiremos algo mas “en casa” allá a donde vamos. Por suerte nosotros solamente teníamos que vaciar un barco, y con unas 10 cajas de ropa y libros, una guitarra, algún grillete y una “leatherman” de recuerdo nos instalamos en una pequeña y acogedora casita en el norte de Armenia, en un conjunto residencial repleto de vecinos con niños pequeños, con los que Gina enseguida hace buenas migas.

No nos mudamos directamente a Salento, ya que en el terreno no hay construcción alguna, y en la ciudad de Armenia estamos al lado del colegio de Gina y de bancos, gestores y notarios, a los que en estas primeras semanas visitaremos a diario en nuestra carrera contra reloj por pedir autorizaciones y permisos.

Ni modo podemos empezar de inmediato con la construcción de nuestra nueva casa, aquí – como en todos lados – los procesos son lentos y tediosos. Especialmente y por suerte en Salento se respetan las normas que protegen el medioambiente, así que se precisan permisos para mover tierras, cortar unos eucaliptus viejos ubicados encima de la zona de construcción, permisos de fosa séptica, de disponibilidad de agua, de energía, certificados de tradición… y un interminable etcétera. Todo ello para poder obtener la anhelada Licencia de Construcción, con la cual podremos poner la primera piedra ;-)!

Nos llegan la mesa y las sillas a casa justo un día antes de la llegada de Luis, arquitecto y hermano de Jordi, que viene una semana a finalizar todos los planos de la construcción. Trabajará duro e intensamente, pero nos queda tiempo libre para conocer un poco los alrededores. Un punto álgico es la excursión que hacemos en el Valle de Cocora hasta la reserva natural de Acaime, a 2690 metros sobre el nivel del mar, lugar famoso por el avistamiento de diferentes especies de colibríes.

Durante dos horas de intenso ascenso y tras cruzar 6 puentes colgantes que cruzan el río San José, nos adentramos en el bosque de niebla – el ecosistema más habitual en este valle y que se caracteriza por su espesa vegetación y humedad. Además es el hábitat perfecto de la Palma de cera del Quindío, así como de otras muchas especies de flora y fauna. Arriba descansamos observando la exaltación y eternidad de los colibrís.

Un día más tarde nos reunimos unos cuantos amigos en casa de Pitu, nuestro carismático vecino catalán, donde compartimos ibéricos y chorizos, y donde el guía montañero Luis nos anima a subir en un futuro hasta el Tolima, a 5.215 m de altura, uno de los mayores volcanes activos de los andes centrales y que se encuentra cerquita, en el Parque Natural de los Nevados. Una excursión de tres o cuatro días pero que requiere de un entreno previo, así que nos proponemos salir a caminar cada semana para ir preparando el cuerpo…

Quizás la que se transforma y adapta de forma más espontánea y radical es la grumete, que aquí se ha convertido en una sirenita del pasto. Nuestras diarias visitas al terreno acaban siendo para ella inmersiones en la altísima hierba que nos rodea, salta, se sumerge y rueda montaña abajo como si de una gran piscina se tratara. Se desliza por un interminable tobogán de tierra húmeda pendiente abajo, y cada noche acabará metida en la lavadora junto a toda su ropa ;-)!

Pero la gran recompensa para ella en este cambio de vida ha sido su entrada al colegio. Ningún comienzo es fácil, y Gina llora cada mañana al despedirnos de ella, hasta que un día promete no hacerlo más, y desde entonces desaparece contenta y feliz entre sus nuevos amigos. El colegio organiza un campamento y por primera vez duerme sola con sus compañeros y la profesora en una tienda de campaña, se niega esa noche a llevar pañal, así que no ha vuelto a utilizarlo desde entonces. Y Gina ya se desplaza sobre dos ruedas!! Conocemos a Carlos que hace unas bicicletas sin pedales de madera preciosas, recogemos la de Gina en su casa junto al río, y conocemos a una familia muy especial, que se alimenta de su propio huerto ecológico, elaborando sus propias mermeladas, pan, conservas, postres… De la leche que da su cabra Mariana producen sus propios quesos y iogurts. Son un ejemplo a seguir… y mucho hemos de aprender todavía de ellos!!

Y se forjan nuevas amistades, como en la acogedora casa de la familia germano-colombiana de David y Johanna, con sus tres hijos compañeros de clase de Gina, donde conocemos a la comunidad de familias internacionales de esta zona. David nos invita a hacer un recorrido por su finca cafetera para conocer los distintos pasos de la producción de este café. Interesantísimo tour! Observamos la recolección manual de los granos maduros en los cafetales, continúa el despulpado, el secado en enormes terrazas al sol y la trilla del café. Seguido lo dejan fermentar en un balde con agua, proceso que ha de extraer los más intensos aromas de la tierra.

Y es que este es un país de mucha tierra fértil, y de un extasiante verdor que nos rodea por doquier. Y no hay duda de que aquí hemos venido a saciarnos de naturaleza en su estado más puro!!